Robertemas

16.2.11

Una heridita

Sólo cuando te haces una pequeña herida en la yema del pulgar te das cuenta de lo mucho que usas ese dedo. Continuamente haces cientos de movimientos de los que ahora eres consciente porque te duele la herida que está ahí: escribir con un bolígrafo, coger un pañuelo, pelar una mandarina, girar la llave en la cerradura, coger una taza por el asa...

Cuando pasan unos cuantos días, te vas acostumbrando a hacer todo eso de una manera alternativa, sin usar el pulgar. Acabas sorprendiéndote a ti mismo por cómo eres capaz de escribir con un bolígrafo sin tocarlo con el pulgar.

Llega un momento que te acostumbras a esa heridita y todas esas acciones antes incómodas las haces con toda tranquilidad. Tus dedos se contorsionan, pero ya te parece natural.

En tu organización tienes un montón de heriditas que te obligan a trabajar de manera ineficiente, pero ya te has acostumbrado; a una persona le tienes que mandar veinte correos para que te haga caso; con otra, tienes que perder tiempo en recopilar toda la información (innecesaria) que sabes que te va a pedir; otro quiere papeles; otro convertirá tu propuesta en una homilía sobre cómo arreglar la dirección, la empresa y el país.

Te has acostumbrado a todas esas heriditas y no te das cuenta de la improductividad que generan. Llevan tanto tiempo que ya te parecen normales.

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